Chávez provocaba a la oposición a lanzarse a la piscina vacía. Ahora
Maduro quiere repetir la historia de 2002 en 2014. Después de la victoria de
diciembre la presión de sus seguidores puede obligar a la MUD a precipitar el
final y darle la excusa a Maduro para asfixiar a la oposición. Si los vientos
que soplan no cambian el chavismo se volverá una minoría patética, pero cierta
gente no aguanta ni siquiera hasta diciembre, quieren evitarle a Maduro el
tsunami económico y político que le viene encima.
A Maduro lo escogió el dedo de Chávez, recibió una herencia envenenada.
Su primera gran decisión fue la remoción de jefes militares, con la destitución
de la presidenta del Banco Central mostró que no acepta una señal de
desobediencia, pero mientras un hombre de su confianza no presida Pdvsa, no
dominará la fuente de recursos en Venezuela. La posible premoción de Ramírez
facilitaría el diálogo con las multinacionales, imprescindibles para aumentar
la producción y conseguir dólares.
En 2012 para ganar las elecciones Chávez nos endeudó con 20.000 millones
de dólares, ahora no alcanzan los ingresos para pagar importaciones
imprescindibles. El sistema chavista dependía de los préstamos y de que los
ingresos petroleros aumentasen año tras año, hoy solo un gran conflicto en el
Mediano Oriente, aliviaría por unos meses las finanzas venezolanas.
Tímidamente el gobierno intenta abandonar el modelo chavista, temeroso
de que lo acusen de derechista, le ocurre igual que a Raúl Castro que quiere
abrir la economía sin privatizar, como declaró recientemente Abel Prieto en La
Habana. Maduro está flexibilizando el sistema cambiario a paso de tortuga.
Quizá Maduro consiga hacer una emisión de bonos pero no generará como su
antecesor una ilusión de prosperidad a billetazos. Venezuela llegó al llegadero
y no hay soluciones indoloras, incluso de ocurrir un cambio de gobierno. A
Maduro no le funciona ya este socialismo del consumo desaforado y teme girar
abiertamente hacia fórmulas de mercado liberales. Lo hará, tarde.
Contra la pared, el chavismo quiere descabezar a Primero Justicia,
persigue a sus principales operadores. No logra dividir a la oposición, solo
consigue volver a PJ el principal partido de la MUD. Pierde el tiempo.
Encuestas que miden el descontento social y que circulan en privado
revelan que no estamos al borde de una explosión social pero que marchamos
hacia allá a toda máquina.
¿Cuál sería la tabla de salvación de Maduro? Una jugada precipitada de
la oposición que lo librase del calvario que sufre y justificara un paso hacia
lo desconocido, la dictadura. Maduro también con razón teme a los chavistas que
están a su lado, los que en medio de una crisis lo sacrificarían para salvarse
a ellos mismos.
A Maduro no hay que ayudarlo a salir del hoyo, cosa que haría la
oposición si apresurara los tiempos, lo que no impide respuestas vigorosas como
la de la diputada Dinorah en la Asamblea.
Las cosas van demasiado bien, solo hay que evitar la impaciencia, huir
de cualquier salida militar y aferrarse a las vías democráticas. No es una nada
fácil, rechazar las soluciones mágicas, evitar los atajos, y confiar en el
deterioro de chavismo que se acelerará mes tras mes.
Un error en 2002 salvó a Chávez, otro en 2014 haría lo mismo con Maduro.
Y para terminar le decimos hasta luego a Chúo Torrealba, no adiós.
Las elecciones son la expresión máxima de la democracia, legitimización
del sistema político y del sentido de nación y Estado. En Venezuela parecen ser
todo lo contrario. Han servido, como las últimas, para el fraude y
deslegitimizar al gobierno nacional y para perseguir a los opositores, como
parece ser el objetivo de cara a las elecciones municipales del 8 de diciembre
próximo.
Los dichos de Nicolás Maduro y la asamblea de legisladores de esta
semana, muestran que el régimen venezolano está incrementando insensiblemente
la presión contra cualquiera persona que se anima a desafiar al régimen. Semana
tras semana, desde Disodado Cabello hasta Maduro o la fiscal nacional, con la
aparente consultoría de los cubanos de inteligencia sembrados por doquier,
lanzan acusaciones e investigaciones contra sectores a los que califican por
ser disidentes.
La estrategia de fondo, sin embargo, enmascara un objetivo más profundo:
mostrar que los opositores no son opositores, sino disidentes políticos de un
régimen que es concebido como único, desvirtuándose así el papel legítimo del
opositor en un sistema democrático, cuya característica esencial es la
inclusión de las minorías y la convivencia de la pluralidad y diversidad de
vertientes políticas y de opinión.
Hay para el público en general una imperceptible diferencia entre ser
opositor y disidente, pero un gran abismo cuando se miran esos papeles dentro
de regímenes autoritarios, como el de Venezuela, cuyo partido gobernante tiene
al oficialismo de Cuba como estandarte. Las democracias tienen oposición, los
regímenes autoritarios disidentes.
Maduro pidió, como Hugo Chávez lo consiguió numeras veces y una vez por
18 meses, poderes especiales para dictar leyes por decreto y gobernar a sus
anchas. La excusa hoy es acabar con la corrupción, pese a que existe toda la
legislación habida y por haber en esta materia pero que rara vez se aplica
contra los funcionarios y amigos del régimen. La estrategia es simplemente
mostrar mano dura, demostrar que la oposición es corrupta y pasarle factura a
su máximo exponente, Henrique Capriles, quien todavía desconoce a Maduro como
presidente, hasta doblegarlo.
Ahora la pelota de la corrupción se la han arrojado a uno de sus
colaboradores más cercanos de Capriles en la gobernación de Miranda, Oscar
López, a quien incluso el régimen optó de tildarlo de homosexual y maricón, un
tiro que le salió por la culata.
En esa vorágine descalificadora con insultos de todo tipo nadie se
salva, da lo mismo que Cabello asegure que Capriles es un “fascista asesino”,
que a Miguel Henrique Otero, director del diario El Nacional, lo traten de
callar inventándole deudas y pleitos judiciales del pasado o multas por haber
publicado fotos de una morgue con cadáveres amontonados o que se también se
coaccione económicamente al Grupo 6to Poder para que algún comprador testaferro
del gobierno (como sucedió con Globovisión) se quede con otro medio más.
La mejor forma de medir el autoritarismo de un gobierno es por la forma
en la que trata a sus contrincantes. Si los trata bajo las reglas del debate,
el disenso y la negociación, es obvio que habla de oposición. Si no los
escucha, descalifica y persigue, los convierte en disidentes.
El precio a pagar por estas desiciones equivocadas es la perdida del poder, y el enjuiciamiento de todos sus errores por supuesto que entregaran cuentas de todos los delitos cometidos, y yo pienso que este gobierno le queda muy poco, si pasa de mayo del año que viene es mucho, van en caida libre
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