CRONICA DE UN SECUESTRO

“Esto es un secuestro”. Una frase corta que envuelve una larga agonía que solo entienden los que han pasado por eso. El presente escrito es una historia real contada por una sobreviviente de un secuestro de casi 9 horas, o como ella lo indica “una eternidad”.
El problema del secuestro en Venezuela ya data de años. Los datos más recientes, indican un aumento del 29% en el 2011, con respecto al 2010. Según la información publicada por los medios en enero del presente año presentadas por el Cicpc, 1.150 personas denunciaron ser víctimas del secuestro el año pasado.
El objetivo de las autoridades es lograr que la gente denuncie el delito, pero la realidad, a veces, es muy distinta. Muchas personas son raptadas y privadas de libertad sin razón alguna y pocas denuncian el hecho. El caso de Andrea (nombre ficticio para la protección de la víctima), es uno de ellos.

La noche del secuestro

Era una noche como cualquier otra. Andrea comía en un popular puesto de comida mexicana de El Cafetal con un amigo que ya había vendido todo lo que tenía para poder ir a estudiar al extranjero.
“Mi mamá me había pedido que me quedara en la casa comiendo, pero me percaté de que no era tarde y decidí salir”, recordó. Eran las 8 de la noche de un día martes, oportunidad perfecta para despejarse un poco.
“Él me comentó que le parecía raro que estuvieran ahí, porque no habían alcantarillas por esa subida”
La conversación fluyó con normalidad. Hablaron de la situación del país, de la inseguridad y del futuro. Comieron y a las 9:30 de la noche, partieron a sus casas.
“Él no tenía carro porque lo había vendido, así que le dije que lo llevaba porque vivimos cerca”, explicó. En uno de los cruces, sin ningún tipo de iluminación, Andrea bajó la velocidad porque una camioneta roja y un camión de Hidrocapital bloqueaban su paso. Ahora, tiempo después, recuerda las palabras de su amigo en ese momento.
Él me comentó que le parecía raro que estuvieran ahí, porque no habían alcantarillas por esa subida. Pero yo no le presté más atención y seguí. Yo no manejo tan rápido y en la conversación no vi el carro que venía justo detrás de mí”.
Eran las 9:45 aproximadamente. La luz en la calle que llevaba a sus hogares era escasa. Un sonido, aún nítido en sus recuerdos, ensordeció las palabras que hablaban dentro del vehículo y justo ahí, sin imaginarlo, comenzó todo.

“Carajita, quédate tranquila que esto es un secuestro”

El sonido de un motor acelerado y un frenazo hicieron que tanto Andrea como su amigo despertaran de la conversación. Sin saber cómo, la misma camioneta roja que había visto hace tan solo 5 minutos les estaba trancando el paso.
Todo pasó en un segundo. Observé a 3 hombres bajarse, todos con pistolas. Uno de ellos me bajó con el arma en mi cara y me apartó para meterse en el carro. Yo no grité. Me quedé paralizada con la esperanza de que no me viera más, aunque pensándolo ahora eso era imposible”, mencionó con la voz alterada.
“Tomé la mano de ese hombre y la retiré de mi rodilla y le prometí que me iba a quedar tranquila si no me tocaba más y él, aceptó”
Detrás de ella, un barranco se presentaba como la salvación ante tal situación. Es el momento donde la famosa frase “nunca sabes cómo vas a reaccionar” se pone de manifiesto.
Me quedé muda y estática mientras veía como metían a mi amigo en el asiento de atrás del carro con fuerza. Uno de los hombres, a quien recuerdo perfectamente, bajó la ventana y le gritó a otro ‘llévate a la carajita’. No me dí cuenta de cuando un hombre alto y gordo me levantó y con un golpe me metió en el asiento de la camioneta. El roce del asiento fue tan fuerte, que me quemé la frente”, dijo.
Tras unos minutos que parecieron eternos, Andrea se encontraba dentro de un carro con 2 hombres completamente desconocidos. Temblando, escuchó que uno de ellos le hablaba y le pedía tranquilidad. En ese instante, la mano del copiloto le tocó la rodilla.
“Yo no sabía que pensar. Estaba temblando. Tomé la mano de ese hombre y la retiré de mi rodilla y le prometí que me iba a quedar tranquila si no me tocaba más y él, aceptó”.
Irónicamente, mientras todo sucedía, en el carro se escuchaba la canción “Color Esperanza” de Diego Torres, que ambos secuestradores tarareaban. El vehículo comenzó a ir cada vez más rápido y Andrea recuerda cómo en ese momento pensó que si no la mataban ellos, morían por un choque. De repente, el piloto del vehículo, un hombre joven con el cabello castaño y mechas rubias, levantó la voz y dijo entre risas: “Esta está pensando que la vamos a violar (…) tranquila no te vamos a violar, si la semana pasada agarramos a una actriz y no le hicimos nada”. Ella, en una pregunta obvia dijo, “¿Y me van a matar?”. No hubo respuesta.

La mentira

Como una película. Así recuerda esta joven cómo le pasó su vida entera mientras veía por la ventana del carro en movimiento. El descuido de los secuestradores le permitió sacar su cédula y celular y metérselo en lugares dónde no podían ser localizados, siempre pensando que jamás llegaría viva a su casa y tenía que tener algo que la identificara.
Foto:Noticias24/archivo
Su madre, padre, hermanos; los buenos momentos, las risas y la alegría, eran fotogramas que pasaban delante de sus ojos. A tiempos, la función era interrumpida por preguntas estratégicas de los dos individuos que estaban con ella.
Ellos me preguntaban sobre mi familia y mi casa. Lo único que podía pensar era que iban a hacerles daño a ellos, así que tomé una decisión de la cual aún no me arrepiento y mentí. Mentí sobre mi hogar, sobre mi familia, sobre todo menos sobre mi profesión. Aunque suene horrible, no recordé a mi amigo que estaba con los otros dos en mi carro. Ese fue mi error. Yo mentí sin saber que las mismas preguntas estaban siendo hechas en el otro carro, donde mi amigo les estaba diciendo toda la verdad”.

La llamada

A medida que el tiempo pasaba, la suerte se volvía más incierta, pero un tono de salsa pudo cambiarlo todo. Era el tono de una llamada al celular del copiloto.
Escuché claramente la voz de una niña. Él le decía que se fuera a dormir que papá estaba trabajando. Parecía una película, pero eso me hizo aprovechar la oportunidad. Cuando colgó le pedí que viera en mi a su hija, a su esposa, a su madre y que como él, yo tenía familia, que no me hiciera nada”, expresó.
En este tipo de situaciones extremas, el individuo desarrolla un vínculo que supera la ficción con el victimario. Esto, es conocido como el síndrome de Estocolomo.
En el caso que abordamos, parece claro. Andrea, tiempo después y a pesar de la terapia, aún piensa, a veces, que ese hombre con el que habló, el que no le hizo nada, el que no la tocó, fue el hombre que la salvó.
Cuesta imaginar que estas personas que te colocan el frío de un metal en la cabeza, son los mismos con una familia e hijos que posiblemente alguna vez nos tropezamos en la calle.

La explicación del negocio

“No tenía más que hacer que romper el hielo”, dijo. “Paramos en una arepera conocida en Las Mercedes y me preguntaron si quería comer, pero obviamente no tenía hambre. Mientras ellos se llenaban, yo decidí entablar una conversación”.
Ella preguntó: ¿Y ustedes qué hacen, aparte de lo obvio?
Superando el concepto de ironía, lo único que este joven pudo preguntar fue ¿Y ustedes qué hacen, aparte de lo obvio? Pero ellos, respondieron.
Me hablaron del país, de la inseguridad y de que ellos no hacían eso por vicio. Dijeron que tenían la necesidad de sacar a su familia adelante y que casi nunca, mataban a nadie. Yo solo pensaba en cuántas personas habrán escuchado las voces de esos hombres que hablaban de la inseguridad como yo lo hice horas antes con mi amigo”, resaltó.
Dentro de la conversación, el carro se detuvo. Ella fue empujada a un extremo del asiento, el piloto y copiloto se bajaron y un hombre se sentó a su lado. Levantó los ojos, a riesgo de ser asesinada, pero el alivio volvió cuando observó a su amigo. Estaba ileso, estaban juntos y al menos una cara conocida salvaba las horas de penuria.

Vía a Maracay y la muerte en la cara

El vehículo se comenzó a mover cada vez más rápido. Andrea, haciendo caso omiso a su suerte, observó por la ventana cómo la llevaban rumbo a Maracay.
El teléfono no paraba de sonar. Los secuestradores ya habían contactado a las familias para pedir el rescate. La cifra de una vida llena de futuro estaba clara: 600 mil bolívares fuertes por ella y 400 mil por él.
Sin saber nada, el vehículo se detuvo por segunda vez. Estaban frente a un parque, no sabían en dónde, pero lo único que podían escuchar era a los hombres (esta vez eran 3) hablar de una pareja que estaba frente a ellos.
“Me insultó, me pegó, y me juró que me iba a matar mientras los demás se reían”
“Ellos no paraban de repetir que no había puesto en el carro para secuestrarlos a ellos. Y yo jamás pude imaginar cómo la vida puede estar en riesgo solo por salir una noche a disfrutar”, mencionó.
De repente, todo se perturbó. El ambiente se puso tenso cuando el copiloto nuevo, comenzó a hacer las preguntas del principio y todos en la camioneta se dieron cuenta de que Andrea mentía.
“El copiloto, un hombre que estaba muy drogado, me tomó por la pierna y me puso una pistola en la frente. Me insultó, me pegó, y me juró que me iba a matar mientras los demás se reían. Yo sentía que mi amigo me apartaba y le pedía que me dejaran tranquila. En ese momento vi a mi familia, mi infancia y me sentí tranquila. Le pedí que no hiciera nada, porque no había necesidad de mancharse de sangre; además, recé”, recordó.
Pero vivió. Andrea vivió para contar la historia. Vivió tanto que pudo sentir la vuelta drástica que dio la camioneta y el momento cuando, horas después de la ida a Maracay, se detuvo por tercera vez en la autopista Prados del Este.

La liberación: 9 horas de terror

Pasó una vida mientras otros individuos entraban otra vez a la camioneta. Eran los mismos de la primera vez. El de las mechas y el de la hija. El último, apenas se montó, dijo en clara voz: “No te dejé morir carajita”.
El piloto informó que los padres “habían llegado a un acuerdo” que, aún ellos, no conocen. No quisieron preguntar. No saben cuánto costó su vida, su futuro, su historia, que ahora viven con intensidad.
Las súplicas se inclinaron a pedir que los liberaran en un sitio donde pudieran tomar un taxi y fueron escuchados. Sin saberlo, el piloto les dijo “bájense agarrados de la mano y sin mirar hacia atrás (…) y recen”.
“Bájense agarrados de la mano y sin mirar hacia atrás (…) y recen”
El vehículo paró por cuarta vez. Ellos abrieron la puerta y bajaron. Ella recuerda que su amigo, cuyo nombre nunca fue revelado, apretó su mano fuertemente. Solo tiempo después él confesaría que en ese momento el sintió el “tiro de gracia” venir por la espalda y vio la muerte, tal y como ella la había visto horas antes.
Se quedaron en Macaracuay. Ella debajo de un carro y él ubicando el sitio exacto donde los tenían que rescatar. En ese momento explotó el llanto.
Uno de los familiares de Andrea los recogió, eran casi las 6 de la mañana. Llegaron a casa de su amigo donde ambas familias estaban reunidas. La madre de Andrea, su hermano, la familia de su amigo, todos explotaron en un abrazo y uno de los allegados a la familia la tomó por el brazo y le dijo: “Volviste a nacer (…) eres parte de una estadística pequeña que no sale muerta de estos casos”.
Así lo recuerda ella, la protagonista. Una persona más que hoy sigue los consejos que irónicamente le dieron los secuestradores. Vidrios arriba, ahumados, siempre en caravana, nunca tarde ni expuesta. Encerrada, como ella indica, “en una jaula de concreto” que se llama Caracas.

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